Hace pocos años, se recogían plantas medicinales por doquier. En Somiedo, por ejemplo, había muchos de esos recolectores y también, como es natural, aquellos que se dedicaban a comercializar el producto de la recolección y, por tanto, curarse en salud, con los pingües beneficios que al negocio aportaba la planta benefactora.
Estoy situado en uno de esos miradores desde donde se divisa el incomparable paisaje del valle de Pigüeña. Aquí, un mapa orográfico me dice dónde me hallo y los picos de las montañas que diviso. Al frente, Pigüeña. A mi izquierda, el jabalí, el rebeco, el oso pardo y los ciervos o los venados como representantes de la fauna. La flora más común; excepto el toxo, que no aparece en la información y junto con la uz forma la vegetación común predominante. A mi derecha, el buitre leonado planea majestuoso sobre el pico Cerredo y el pico Madereza. Su dirección es Norte; como si divisara un cordero sobre el pueblo citado, o una novilla gemebunda que hubiera perdido su recién parido choto y fuera a comérselo. En el centro se habla de la perdida «industria» de la madreña, como quien describe la desaparecida indumentaria del Neolítico. Para completar el cuento de hadas, figura la idílica historia de la Braña de la Pornacal con sus teitos, que dice que son los mejor conservados del parque natural ¿...?
La leyenda de este cartel sirve de placebo para la enfermedad de la nostalgia, esa añoranza de aquellos tiempos pasados cuando en el somedano paisaje también figuraban seres humanos. Así se puede describir la realidad a la que conduce la visión del cementerio de la parroquia. En la puerta del camposanto se podía escribir el siguiente epitafio: «Aquí están los que no están en Pigüeña». Los otros, que no están, están en cualquier otro lugar menos aquí o en su pueblo. Sí, así es la realidad. Un pueblo de más de cuarenta vecinos quedó reducido a dieciocho habitantes. Claro que esto poco importa, si tenemos en cuenta que Antón, el más joven, tiene tan sólo 61 años ¡y ya está jubilado! La jubilación le vino gracias a la inteligente actuación del Banco de Tierras. Por cierto, me contó que Mingo, de Villar de Vildas, no la aceptó, porque esto le impedía seguir con su cabaña ganadera. ¡Acertado estuvo este Mingo!
Pero, bueno, dirán ustedes: qué lío se trae este ferreiro, que empieza con plantas medicinales y acaba con ese batiburrillo del fin de los pueblos. Muy sencillo: conocí esta zona de Asturias hace casi medio siglo. Sé que se podía haber hecho algo acertado por ella y no se hizo. Así que clamemos por ella y por el resto.
Sigo, pues, con las plantas: valeriana, genciana, tila e, incluso, semillas de enebro era normal adquirirlas en C' José d' Techada, que fue próspero comercio, o en otros muchos lugares. Se podía adquirir natural o seca. La genciana, por ejemplo, se secaba en el forno de cocer el pan. Claro que esta térmica alteraba las propiedades medicinales; pero José roxaba el forno porque con ello también calentaba el bolso. ¡Argucias comerciales! Ahora lo calientan sin roxar.
Haxa salú.