domingo, 17 de noviembre de 2013

LÓNDRIGA



Este huidizo mamífero, con los dedos de las patas unidos por membranas,  muy apreciado en peletería, se alimenta de peces. He aquí lo que la hace enemiga de los pescadores. Éstos no se dan cuenta que los advenedizos en el río son precisamente ellos.

 Pues bien, la lóndriga no es otra que la nutria, sólo que en algunas zonas del occidente asturiano recibe este nombre. Hago aquí esta aclaración, porque, al igual que de nombre,  este animal también cambia de naturaleza según las circunstancias y el lugar en el que se halle.

Aunque es de costumbres acuáticas, se cuenta por aquí que si se pesca en el río, sabe a pescado. Por contrario, si la cazan en tierra su carne sabe a caza. Dudo que esto sea así, pero como nunca probé esta carne-pescado, no puedo desmentirlo. Lo que sí les aseguro es que “de lo que se come se cría”, como dice el refrán.

Cuando en esta localidad de Grandas fabricaban queso, y el suero sobrante era desechado, lo recogían muchos campesinos para dar, mezclado o solo, a sus cerdos. Este alimento incorporaba a la carne cierto sabor a vacuno. No es de extrañar que esto fuera así, pues del suero de la leche se extrae a través de un proceso de vaporización, leche en polvo.

Se dice que, antiguamente, en zonas costeras se daba pescado a los gorrinos y aportaba el sabor a la carne. En fin, que todo está íntimamente relacionado, así que podemos ser vegetarianos: el cerdo  come berzas, yo berzas como.

Haxa salú

martes, 12 de noviembre de 2013

La caballa



Si no fuera sido tan abúlico, escribiría más historias que, interesantes o no, entretendrían mis días de vejez.

Hallábame  un día –digo más bien una noche- cenando las raspas de cierto pescado, fruto de los sobrantes de una frugal comida (digo frugal, porque casi no comí), y hete aquí que esas raspas, con algo de músculo, eran espacio ocupado por el estómago, cuando la caballa estaba buceando en la mar. Aquella, o aquel ser vivo de atigrada piel, miraba con su opaco ojo, fruto del desmesurado calor del horno, al comensal que, armado de tenedor y cuchillo (no pala), iba a saciar su apetito, con lo poco que de él quedaba.

Miraba sin reproche, pero no con satisfacción y dijo:
-“No ha mucho, me tildaban de pescado azul (por haberme sacado del agua), porque soy muy graso y no apto para ser consumido por humanos débiles o enfermos. Hoy, ya ves, mi grasa rica en omega va bien, no sólo para el corazón, sino parece ser que aumenta el coeficiente intelectual, pues aunque mi espina dorsal carece de la vértebra atlas y termina en un diminuto cerebro (cráneo), aumenta esa capacidad, en la masa informe que se aloja en el espacio craneal humano, que al estar compuesta en un 80% de grasa, se complementa con mi oleica proteína. Por lo tanto, querido amigo, agradece mi gran aportación a tu subsistencia y disfruta de mi sabor que, en compensación por no ser abadejo, merluza, mero o lubina, cuida, si no tus papilas, al menos de tu salud.

No me quedó que decir. Cené conforme, con la satisfacción además de que no había otras viandas sobre aquella mesa.

Sigue ahora la profunda mirada de aquellos ojos de pez teleósteo, azul, verde y rayas negras, como la cena, recordándome mi acertada ingesta, porque a falta de pan, buenas son…

Haxa salú

miércoles, 6 de noviembre de 2013

ESPONSALES X “Pigureiros”



Al pastor de ovejas se le llama en el occidente de Asturias pigureiro, que en el gallego de la zona también puede referirse a un pícaro. Las picardías pueden gustar o no, pero abundaban  en la zona rural, donde no se leía mucho y la transmisión solía ser oral.

Como bien dice cierto pasaje del Quijote: -“Digo, señor don Quijote -dijo la duquesa-, que todo cuanto vuestra merced dice va con pie de plomo y, como suele decirse, con la sonda en la mano” (con prudencia). Lo mismo digo: no hay mala intención, sino hechos.

En cierta ocasión, de esto hace muchos años, una maestra que había contraído nupcias en su tierra de origen, echaba en falta el tálamo conyugal. Para desviar la atención de su querencia hacia la lascivia, solía dar largos paseos. Anda que anda, llegó a un paraje en el que meditabundo, se hallaba un tímido pigureiro de no más de quince años. La adolescencia era más inocente que en la actualidad, y hablar con la maestra no resultaba fácil para el aldeano zagal. Ella, como buena pedagoga, sentada a su lado hacía preguntas al huidizo chaval, que se iba alejando cada vez que sentía el cálido muslo de aquella bella señorita. Pero todo se acaba y la pared del cierre no daba más para su huída. Acorado en aquel lugar y viendo la enseñante su congoja, le ofreció tres pesetas por un “servicio”.  ¡Aquello era mucho dinero! Era tanto, que el pigureiro accedió a dejarse hacer. Así comenzó aquel intercambio entre el ovejero y la maestra.

Entre jadeos decía él:
            -¿Me dará las tres pesetas?
            - ¡Sí, sí, pero sigue ¡hombre!, sigue!
            -¡Hay Dios! ¡Entonces dellas a mía madre que eo morro! (Entonces déselas a mi madre que yo me muero)

Haxa salú

domingo, 3 de noviembre de 2013

Involucionismo



Hace muchos años, íbamos paseando por una playa un amigo y yo.

Me interesé por cierto pez que nadaba en las aguas someras, delante de nosotros, y cada poco se introducía en la arena. Cuando lo sacábamos de su escondijo, nadaba un buen trecho y otra vez se repetía, con rápido aleteo, el hurgar en el arenoso sedimento, que lo hacía invisible salvo por aquella arma, que en su aleta dorsal, permanecía semienterrada y portaba el veneno. Anda y charla, y después de un buen trecho, sentí un gran dolor en mi pie derecho. Fue tan agudo que creí que me había seccionado el dedo pulgar con una botella rota. Ni siquiera me atrevía a sacar aquel pie tullido por la agresión, del agua. Cuando Mandi, mi amigo, vio lo ocurrido me dijo: -A ver si te pinchó un “escorpión”. ¡Un escorpión! ¿Con la poca agua que había? ¡No podía ser! Pero…¡hay amigos! ¡sí era! Era ese pez que su nocivo veneno lo hace digno de tal nombre.

Desde aquel día me prometí que si volvía a la playa, lo haría en madreñas o en botas de goma. A mi esposa le pareció ridículo que fuera con semejante calzado, así que no volví en bastante tiempo.

Lo hice no hace mucho, impelido por la familia. Me puse a la sombra de un parasol, ¿…o quitasol? a cien metros al menos de la orilla de esa procelosa  mar, que alberga en sus aguas la “escofina”. Allí medité sobre esa teoría darvinista que dice que todos los seres evolucionaron partiendo de los océanos. Será así, pero el género humano tiende a la involución: vuelve a la playa en verano. ¡Aquello estaba lleno de gente, pero, salvo alguna sirenita que había sustituido en tierra su escamosa cola por dos bellas piernas, lo que más se veía eran adiposos seres, emparentados con la marsopa y el león marino. No entiendo mucho de cetáceos, pero de verdad que los humanos tendemos a parecernos a ellos. La querencia hacia el lugar de origen es para calentar la sangre (como la iguana).

Haxa salú